Lord Byron, Rimbaud, George Sand, George Eliot… Estos y otros grandes nombres de la literatura del siglo XIX fueron pioneros en escapar de los límites impuestos por su sexo.
La androginia no era entonces tendencia, sino el disfraz que utilizaron muchos artistas para crear su obra, su propia vida y modernizar la sociedad.
La poesía de Lord Byron y Arthur Rimbaud no coincide en absoluto, pero la vida y el aspecto de ambos todavía permanece como modelo estético de artistas de ambos géneros bohemios y malditos, sobre todo en la escena del rock. El primero fue un poeta romántico, el segundo, un simbolista. El primero murió en 1824, y el segundo nació en 1854. A ninguno de ellos se le pasó por la cabeza echar mano de un seudónimo para protegerse de la sociedad decimonónica, moralmente rígida, pero dispuesta a aplaudir sus obras mientras condenaba sus extravagantes vidas. Su dandismo, su androginia y su ambigüedad sexual fueron motivo de escarnio, pero, a fin de cuentas, eran hombres con todos sus atributos. Esto, junto a su inmenso talento, les permitió escribir intensa y prolíficamente y viajar a países exóticos. Eran varones, estaban en su derecho.
Byron acumuló deudas y escándalos, excesos de todo tipo, amantes, amores homosexuales, hijos abandonados, travestismos. Se autoexilió para librarse de la censura británica, que le acusaba de sodomía e incesto, viajó por todo el Mediterráneo hasta aburrirse y recalar en Grecia para apoyar la independencia del país del yugo del Imperio Otomano. Luchó sin experiencia junto al ejército rebelde, enfermó y murió en 1824. Byron se convirtió en un héroe. Tenía treinta y seis años, pero su influencia poética y estilística iba a calar muy hondo en la imaginación de numerosas mujeres que empezaban a escribir en secreto. Su bisexualidad debió representar ante ellas un ejercicio más de libre albedrío.
A los veinte, Rimbaud ya se había aburrido de la escritura. Viajó, encontró un empleo en Yemen, donde tuvo varias concubinas, y finalmente se instaló en Harar (Etiopía) donde hizo fortuna con el tráfico de armas. La vieja herida en la rodilla provocada por el disparo de Verlaine le obligó a volver a Francia para que le amputaran la pierna. Seis meses después moría a los 37 años. Tras de sí quedaba una obra poética deslumbrante, una vida de excesos y, sobre todo, un patrón idóneo y atemporal de héroe maldito que serviría a hombres y mujeres artistas hasta hoy.El poeta niño y primer enfant terriblede la historia, Arthur Rimbaud, escribía poemas en latín a los 11 años, y a los 15 ya publicaba. Se aburría mortalmente en su provinciano hogar de Charleville, y proclamaba que “la moralidad es la debilidad del cerebro”. Se escapó a París, y su escritura abandonó todo rasgo romántico y parnasiano para entregarse en cuerpo y alma a ser “un alquimista de las palabras a través del desarreglo de los sentidos”. En esta etapa escribió su famosa frase “Yo es otro”. Ese “otro” no necesitaba género. A los 17 años sedujo al poeta simbolista Paul Verlaine. Su salvaje vida empapada de absenta y hachís no le impedía escribir esos extraordinarios y modernísimos versos. A los 18, Rimbaud se fugó a Londres con Verlaine para vivir una relación tormentosa que acabó en disparos y cárcel para su amante desesperado. De este periodo de su vida salieron las pioneras obrasUna temporada en el infierno y Las iluminaciones, anticipándose a toda poesía que vendría después.
En el largo lapso de tiempo del siglo XIX que va del romanticismo de Lord Byron al simbolismo de Rimbaud y al naturalismo de fin del siglo surgió un fenómeno que hoy podría llamarse “protofeminismo”. Algunas grandes escritoras decimonónicas decidieron vestirse como los hombres de su clase para poder entrar en las bibliotecas, clubes y cotos masculinos, profundizar en el género humano y sus relaciones y poder crear sus personajes de ficción. Otras comprendieron y desarrollaron su androginia desde jóvenes, como un don para la creación literaria.
Amantine Lucille Dupin nació en 1804, y 28 años después decidió llamarse George Sand y vestirse con ropas de hombre. De su romance con el escritor Jules Sandeau surgieron su debut literario y su seudónimo: en su primera novela, Indiana, ya firmaba como George Sand (1832). Siguió un torrente de novelas inspiradas en su vida en el campo y en sus notables amoríos con escritores y artistas, una rica correspondencia con otros autores, artículos de crítica literaria y ensayos políticos. Sus relaciones amorosas siempre fueron intensas e igualitarias. Ella escribió: “Ninguna criatura humana puede dar órdenes al amor”. Vivió romances con Mérimée, De Musset, Chopin y la actriz Marie Dorval, entre otros artistas. Su reputación fue cuestionada en innumerables ocasiones, no tanto por su abierta vida amorosa con hombres notables como por sus elegantes trajes masculinos. Sand se justificaba humorísticamente alegando que la ropa de hombre era más barata, cómoda y duradera que el traje femenino de la nobleza de la época, y que así vestida podía circular libremente por París, y fumar puros y cigarrillos. Sin embargo, su reputación como escritora y periodista no hizo más que consagrarla en el mundo entero como una de las grandes del siglo XIX. El novelista ruso Iván Turguénev escribió de ella: “Qué hombre más valiente era, y qué mujer más buena”.
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