Hablar de humillación dentro de la cultura BDSM no es lo mismo que hablar de humillación dentro de la sociedad en la que vivimos. Es preciso aclarar que utilizamos el mismo término para designar conceptos diferentes.
En el actual contexto moral, la humillación se define como la denigración forzada de una persona mediante un proceso de subyugación que daña su dignidad; ser humillado significa ser puesto en una situación devaluada en contra del interés propio; y humillar es violar la expectativa que toda persona debería tener de que los derechos humanos básicos sean respetados.
Sin embargo, la humillación dentro del BDSM está guiada por tres principios fundamentales: Sano, Seguro y Acordado. Llevar a cabo la humillación basándose en estas tres reglas básicas constituye la gran diferencia entre un intercambio de poder y un abuso. Cualquier actividad que involucre el intercambio de poder debe ser sana a nivel psicológico, físico y emocional. Cualquier acto que no sea acordado y aprobado en toda su extensión por ambas partes constituye un abuso.
LA HUMILLACIÓN EN EL BDSM
Dentro del BDSM podemos elegir una conciencia que la sociedad actual censuraría desde su moralidad igualitaria. Seriamos necios si lamentáramos la existencia de esa censura, pues esa posibilidad de transgresión de la norma, según nuestros propios deseos y necesidades, nos proporciona placer. Si no existiera la norma igualitaria no existiría el goce que le supone al esclavo complacer a su Dueño, aceptando, a través del dolor, el miedo o el disgusto, la humillación que el Amo le exige. Si no hay malestar y sacrificio no hay juego.
La moral externa y social entra en conflicto con la propia moral interna y personal del sumiso, y puede hacerle dudar de la legitimidad de sus propios deseos. No es fácil, al principio, olvidar el marco de referencia en el que hemos sido educados. Pero si nuestra naturaleza sumisa o dominante se manifiesta, sabemos que es más difícil, aún, renunciar a ella.
Pero nunca hay que olvidar que solo es BDSM aquello que se enmarca dentro de los estrictos límites de la responsabilidad, la seguridad y el acuerdo. En el BDSM, incluso si existe consentimiento, no todo está permitido. Solo si respeto a mi esclavo deseo humillarle.
Humillar en el BDSM no es denigrar a alguien hasta el punto de herirle emocionalmente. Las heridas emocionales tardan más en curarse que las físicas y hay que cuidar mucho los límites en este sentido.
A través de la humillación un Dominante da un trato especial a su sumiso poniéndolo en su lugar de una manera sensata y consensuada. No se trata de hacer que se sienta mal consigo mismo, vulnerando su dignidad como esclavo, pues todo comportamiento ha de ser aceptado y pactado libremente por ambas partes.
En BDSM hay prácticas que fuera de esta cultura pueden parecer ofensivas y que la sociedad actual, desde su perspectiva moral, considera que son denigrantes y que vulneran la dignidad. Por ejemplo, nos enseñan que arrodillarse es un menoscabo de nuestra dignidad, pero lo que para la sociedad es humillante y por lo tanto indigno, para el esclavo es el reconocimiento de la autoridad del Amo y una manifestación física de su sometimiento.
El proceso de animalización es humillante en sí mismo. Llamar a alguien perro es despojarlo de su humanidad. Hacerle comportarse como un perro, caminar a cuatro patas o dormir en el suelo conecta directamente al sumiso con la humillación. Pero ser sumiso no significa ser débil, ni tiene nada que ver con dejarse humillar por cualquiera. Un sumiso jamás permitiría que nadie le humillara salvo su Dominante. A través de la animalización algunos esclavos encuentran la esencia de su verdadera naturaleza y el BDSM les permite explorarla, además de evolucionar y crecer como esclavos.
El sumiso siente vergüenza de sí mismo ante un acto humillante, porque vive en una sociedad que ha suprimido la escala vertical del valor humano. Sabe que está faltando a su autorrespeto como ser libre, al ignorar su pertenencia igualitaria al grupo en el que vive. Pero la grandeza del sumiso reside en su capacidad para transformar ese pudor en orgullo al considerarlo una manifestación de la obediencia que debe a su Dueño. A través de la humillación el esclavo sale fortalecido.
Paradójicamente la humillación en el BDSM no hace indigno a quien la recibe, sino todo lo contrario, le hace digno de confianza y respeto. Como Dominante tengo que decir que solo me place humillar a quien me inspira afecto y que mi esclavo acepte mi humillación genera respeto y amor hacia él. A través de la humillación, el Dominante y el sumiso conectan transgrediendo normas y convirtiendo la relación D/s en una experiencia tan intensa como excepcional.